El Caso Boeing
A pedido de ComunicaRSE, Miguel Alzola (*) en su artículo “Turbulencias en Boeing: las razones por las que un E-mail puede ser un escandalo”, expone un riguroso análisis del rol de los códigos de ética y la resolución de los conflictos de intereses dentro de una empresa. Alzola es un experto argentino en Ética de los Negocios que está realizando su doctorado en Business Ethics en The State University of New Jersey en los Estados Unidos.
El pasado 7 de marzo el consejo de administración de Boeing, la mayor empresa aeroespacial del mundo, pidió y aceptó la renuncia de Harry C. Stonecipher como presidente y director ejecutivo de la empresa. El motivo invocado es la relación amorosa que mantenía con Debra Peabody, vice-presidenta de la compañía. Luego, el 20 de marzo, Peabody dejó Boeing “voluntariamente” y durante el período previo a la renuncia la esposa de Stonecipher solicitó el divorcio. Stonecipher tiene además dos hijos.
La noticia ha ganado increíble espacio en las publicaciones de negocios norteamericanas y europeas. Y los titulares destacan incesantemente los entretelones del romance, el email interceptado que generó la denuncia anónima, la investigación interna del caso en Boeing y los argumentos empleados para justificar la dimisión. Me voy a concentrar en éste último aspecto, utilizando la descripción mas difundida en los medios de comunicación.
El director financiero James Bell hizo las primeras declaraciones oficiales referidas a los motivos de la renuncia: la conducta de Stonecipher no se correspondía con el código de ética de Boeing. Sin embargo, posteriormente la empresa se desdijo y aclaró que si bien la relación en sí misma no es una conducta prohibida por el código de ética, el escándalo salpicaba la imagen de Boeing y comprometía la capacidad de Stonecipher para liderar la empresa.
Permítanme concluir aquí la descripción para pasar al análisis:
a) Existe una larga tradición en los países occidentales de mantener una estricta separación de las cuestiones personales y las de la empresa. Esta práctica ha sido tomada de las burocracias estatales, en las que el concepto en juego es la separación de los intereses personales de los de la organización para la que uno trabaja, sea el Estado o empresas privadas. El título que engloba esta tradición es el de “Conflicto de Intereses”, que algunos lectores seguramente conocen. La teoría se funda en el modelo de burocracia profesional de Max Weber, aunque en realidad la idea de nepotismo y su asociación a la de corrupción tiene una historia muy anterior al nacimiento de las burocracias formales. En la mayoría de los códigos de ética de las empresas occidentales se recoge esta preocupación tratando de evitar los conflictos de intereses. Y las relaciones amorosas entre Stonecipher y Peabody pueden rápidamente interpretarse en el marco de esta prevención: aunque la investigación interna de Boeing estableció que “la relación fue de consenso”, que no afectó “los intereses de la compañía” ni las compensaciones recibidas por Peabody, en este terreno rige la regla de que “el rey no sólo debe ser honesto sino parecerlo”. Y esto porque en caso de conflictos como el presente, aunque la relación no haya afectado las actividades de la compañía genera inexorablemente malestar interno y sospechas respecto de las motivaciones de los involucrados. Por qué Stonecipher acepta una propuesta de negocios formulada por Peabody? Favorece a la empresa o a la carrera profesional de Peabody? Todas estas especulaciones desaparecen si el vínculo amoroso entre los involucrados no existe.
Ahora, realmente creemos que una norma que regula los conflictos de intereses a este nivel es adecuada? Esa es una pregunta abierta a la discusión y que tiene diversas aristas para el análisis. Parece exagerado que las empresas legislen y ventilen la conducta amorosa de sus miembros. Pero con estrictos límites puede permitirse la intromisión cuando esas relaciones (no sólo de amistad sino también de enemistad) interfieren con el desenvolvimiento correcto y lícito de las actividades de la empresa.
b) Pero más allá del romance de Stonecipher y Peabody, del pedido de divorcio y de la renuncia apurada, lo que está en juego en este caso es una sucesión de escándalos que han envuelto a Boeing en casos de corrupción en los últimos años. Porque, en rigor de verdad, esta es la segunda destitución de un presidente en la empresa en el último año. En diciembre de 2003 el entonces presidente, Phil Condit, fue obligado a renunciar tras el escándalo que involucró la contratación de Darleen Druyun, una ex funcionaria del gobierno norteamericano relacionada con la adjudicación de contratos gubernamentales. Aunque Condit no fue procesado, su director de finanzas Michael Sears, fue procesado y encontrado culpable en febrero y ha sido sentenciado a cuatro meses de prisión. Estos no fueron actos delictivos hechos en beneficio personal de Condit y Sears, fueron hechos en nombre de la empresa y para beneficio de la empresa, que obtenía – a través de Druyun y presumiblemente del departamento de Defensa – información privilegiada de las empresas de aviación competidoras. Tan así es que el secretario de Defensa norteamericano anunció a finales de 2003 la cancelación provisoria de un importante contrato con Boeing para evitar mayores suspicacias.
Con este nuevo dato, se puede entender mejor el impacto de la relación entre Stonecipher y Peabody. Stonecipher llegó a la presidencia de Boeing como una estrella, comprometida con un fuerte liderazgo ético, para recuperar la mancillada reputación de la empresa. Vino a “limpiar” la compañía y a remontar la cuesta de recientes escándalos, a apuntalar los estándares éticos de Boeing.
Sería impropio restarle importancia a la infidelidad matrimonial y a los problemas potencialmente aparejados por vulnerar las normas sobre conflictos de intereses en la empresa. No obstante, existen elementos para presumir que la gran “sensibilidad ética” de Boeing en estos días no está sólo ligada a una preocupación por la imagen de sus directivos sino fundamentalmente al explícito empeño de borrar una sucesión de manchas recientes en el prontuario de la empresa. Aunque menos – si acaso algo – preocupados por la necesidad de una cultura firme y transparente, hasta los analistas financieros coinciden en que en el tiempo de Sarbanes-Oxley y teniendo al gobierno norteamericano como principal comprador, Boeing necesita mejor reputación y menos escándalos.
* Candidato a doctor en Business Ethics – Rutgers, The State University of New Jersey, USA. (http://www.philosophicalgourmet.com/overall.htm)
- Master en Etica Aplicada, Facultad de Filosofía y Letras, UBA
- Contador y Lic. En Adm., UNICEN
- Enseñó “Etica en las Organizaciones” y “Etica y RSE” en 5 programas de MBA.
- Es investigador del Instituto de Investigaciones Administrativas de la FCE de la Universidad de Buenos Aires y delinvestigador del Prudencial Business Ethics Center de EE. UU.