“La vida tal como la conocemos, cambiará”
Le guste o no. Su vida cambiará. Para empezar, una parte cada vez mayor de su presupuesto se destina a las facturas de agua y electricidad. Alimentos, y en consecuencia los restaurantes, serán más caros. De acuerdo con el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), la región de América Latina es una de las regiones más vulnerables a los impactos del cambio climático significando un costo anual para el 2050 de alrededor del 2.4% de PBI de la región. Y este costo, de alguna manera, se transmitirá a su empresa o su bolsillo. Por lo tanto, la discusión que tiene lugar hoy en París no es una charla ambientalista y no puede limitarse sólo al gobierno. Parte del futuro será bocetado allí.
Ha llegado el momento de revisar nuestra realidad urbana. Crecemos desordenadamente, consumimos más y ahora tenemos que pagar el precio. Según el BID, entre 1950 y 2010, la tasa de urbanización en América Latina aumentó del 41% al 79% y puede alcanzar un 90% en 2030. Algunas ciudades de América del Sur, como San Pablo, ya están muy próximas a este índice. La demanda de energía, el motor de nuestra economía y de nuestra vida, se ha disparado. No es de extrañar que tengamos tantos apagones, ya que gran parte de las matrices energéticas dependen de la lluvia o de combustibles no renovables.
Lo que aún no hemos aprendido es que no sólo debemos poner vendajes en las heridas, tenemos que erradicar la enfermedad. Los índices de Brasil y otros países de la región enfatizan más las cuestiones de uso del suelo, la agricultura y la deforestación, pero aún son tímidos para hacer frente a la cuestión energética. La eficiencia energética es una de las maneras más fáciles de reducir las emisiones y representan, según la OLADE (Organización Latinoamericana de Energía), un ahorro potencial del 20% utilizando medidas de corto plazo, tales como automatización y control de motores y la sustitución de la iluminación. Revisando un poco, concluimos que programas nacionales más sólidos, que creen las condiciones y consciencia en la eficiencia energética a mediano plazo, podrían aumentar hasta un 5% el compromiso de reducir las emisiones en las cinco principales economías de América del Sur (Argentina, Brasil, Chile, Colombia y Perú), sin contar la reducción del costo de la energía y ganando tiempo, mientras las fuentes no convencionales ganan tamaño y bajan sus precios.
Por supuesto, nada es tan sencillo y una de las razones es que nos fijamos en las políticas establecidas en un contexto político, económico y ambiental diferente, sin tener en cuenta el componente climático. Pero eso tiene que cambiar.
Alemania se ha convertido en la nación más eficiente desde el punto de vista energético, de acuerdo con el Consejo Americano para una Economía Eficiente en Energía (ACEEE), reviendo sus políticas y prácticas y promoviendo la transformación de la red a través de subvenciones para la sustitución de equipos. El sector privado también tiene un papel clave, que va desde el dialogo con el Gobierno para alcanzar el modelo ideal hasta la educación de la sociedad, más allá de la propia búsqueda de la eficiencia operativa. Para evitar los 2°C adicionales (Compromiso del COP21), incluso pequeños cambios de hábito en el hogar pueden hacer una diferencia en la lucha por un futuro sostenible.
La buena noticia es que, de acuerdo con Pew Research, el calentamiento global es una gran preocupación en América Latina. Esto es natural, después de todo, dado que hemos comenzado a sentir los efectos. Mientras Perú ya estimada una caída de hasta un 15% en algunos de sus mercados, como la pesca y la agricultura como consecuencia de El Niño, ciudades como São Paulo, el principal centro económico de la región, vive una de las peores sequías de su historia, poniendo en peligro no sólo el suministro de agua, sino también la energía eléctrica.
Con o sin acuerdo en París para evitar los efectos del cambio climático, la única certeza que tenemos es que la vida va a cambiar. Hasta el momento, la humanidad se ha reinventado y ha creado necesariamente mejores escenarios. Tal vez, nos encontramos ante una nueva encrucijada: Quizás ahora sea más importante utilizar menos.
Si no podemos frenar el desperdicio y dejar atrás la cultura de la inmediatez, nuestro balance difícilmente será positivo. Tenemos que aprovechar la era de la conectividad, la cual hace fáciles y rápidas las decisiones, y entender, de una vez por todas, que lo que es bueno para el planeta es bueno para la economía y para nuestra vida también.
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