Para la OIT la desigualdad no es inevitable

10.02.2014 | Gestión

Un nuevo libro de la OIT muestra que la brecha cada vez mayor entre ricos y pobres está no  sólo relacionada con el cambio tecnológico. La división es principalmente el resultado de políticas económicas e institucionales que preceden la crisis económica internacional y que fueron exacerbadas por la misma.


Por Sangheon Lee, economista principal de la OIT.

A lo largo de los últimos 20 años, la distribución del ingreso se ha inclinado a favor de los ricos, mientras que la situación económica relativa de los pobres y de muchos trabajadores de clase media se ha estado deteriorando en varios países, incluso en las potencias económicas mundiales como Estados Unidos, Alemania y China.

Según el nuevo libro de la OIT, titulado “Wage-led growth: An equitable strategy for economic recovery” (Un crecimiento impulsado por los ingresos: una estrategia equitativa para la recuperación económica), esta tendencia está en sólo en parte asociada con el cambio tecnológico.

La causa principal por la que los trabajadores reciben una porción menor del ingreso nacional es debido a las políticas de las últimas tres décadas, que han distribuido el ingreso en favor del capital y en contra del trabajo. Lo que se conoce como la participación de la renta del trabajo en la renta nacional comenzó a disminuir alrededor de los años 1980 en numerosas economías avanzadas, incluyendo Estados Unidos y Japón, y una tendencia similar ha sido observada durante los últimos años también en las economías emergentes, sobre todo en China.

Además, esta parte más pequeña del ingreso laboral fue distribuida de manera cada vez más desigual entre los trabajadores, con resultados impactantes.

El nuevo libro de la OIT presenta un panorama deprimente, pero conocido. En los países avanzados, la parte del ingreso que corresponde al trabajo disminuyó en promedio en alrededor de 10 puntos porcentuales en relación al nivel máximo alcanzado a finales de los años 1970. Esta reducción significativa esconde desigualdades aún más graves, ya que los mejores remunerados que constituyen el 1 por ciento están comprendidos en la parte del ingreso que corresponde al trabajo. Si no se considera este 1 por ciento privilegiado, la parte que los trabajadores comunes reciben disminuiría en entre 2 y 6 puntos porcentuales más.

Reequilibrar las políticas económicas

El libro cuestiona la opinión generalizada según la cual 'el crecimiento debería llevar las riendas y la redistribución estar en un segundo plano'. También pone en entredicho la suposición común de que la moderación de los salarios puede estimular el crecimiento económico y, por lo tanto, reducir la pobreza.

El libro analiza la función dual que cumplen los salarios en las economías de mercado, es decir, que los salarios no son sólo un costo de producción sino también una fuente que genera demanda.

Según los autores, si una masa crítica de países implementa políticas distributivas a favor del empleo de manera simultánea, habrá una importante mejora en la demanda agregada y en el crecimiento, al igual que una reducción de la desigualdad.

Si la parte de los ingresos laborales aumentase un punto porcentual en todos los países del G20 a la vez, el PIB global aumentaría 0,36 punto porcentual. Como las economías del G20 representan más del 80 por ciento del producto bruto del mundo, una estrategia de 'crecimiento impulsado por el ingreso' podría ser considerada seriamente como una alternativa política mundial.

Por lo tanto, se precisa un “reequilibio” de las políticas a fin de alcanzar un crecimiento más equitativo. Pero esto requiere una fuerte coordinación política a nivel mundial.

La crisis ha generado cambios positivos

El libro llama a un replanteo del papel del salario en las políticas macroeconómicas y de crecimiento. Este es un camino que se está empezando a ver algunos países.

El Gobierno de Estados Unidos reconoció los efectos perjudiciales de las desigualdades en la economía y ha adoptado medidas políticas activas, incluyendo una propuesta del gobierno federal para aumentar de manera substancial los salarios mínimos. Numerosas ciudades de ese país están ahora esperando que el Congreso actúe, pero ya aumentaron sus salarios mínimos locales.

El Gobierno de China introdujo una reforma política más radical que tiene por objetivo pasar de un modelo económico basado en la exportación a uno que estimule la economía a través a salarios más altos y de políticas activas de redistribución.

Más recientemente, Alemania decidió introducir un salario mínimo legal a fin de garantizar un piso de salario efectivo a los trabajadores peor remunerados. Este tipo de intervención de políticas activas también se observa en Japón, donde el Gobierno insta a los interlocutores sociales a aumentar los salarios a fin de estimular la demanda interna.

Estos cambios en las políticas representan un primer paso en la lucha contra las desigualdades, pero son aún demasiado pequeñas para invertir la tendencia. Es necesaria una acción más exhaustiva a nivel nacional y mundial.

(Fuente: OIT)